Las ganas locas
1990
Revista de Libros Diario El Mercurio
Un experimento carcelario
Crítica de Ignacio Valente, 4 de noviembre de 1990
Sergio Marras desarrolla un interesante experimento narrativo, situado en el Chile de la década pasada. El experimento no se refiere al lenguaje ni a la estructura de la novela, que son ambos más bien convencionales, sino a la acción misma, y consiste en investigar los cambios de conducta operados en un grupo de sujetos —el primero de ellos, un opositor al régimen militar— bajo las condiciones de “modernidad acelerada” que se suponen propias del régimen. Dicho sea todo esto entre paréntesis, porque el experimento narrativo opera también con el propio régimen y sus instrumentos de manipulación ideológica, poniéndolos en tela de juicio. El “laboratorio” de esta ficción es una cárcel, cuyo encierro representa las coordenadas de un sistema cerrado de conductas humanas, en la tradición de ciertas novelas que transcurren íntegras dentro de un barco en alta mar (Conrad, London, etc.), o en una prisión, o simplemente a puertas cerradas (Sartre)...
El espacio vital de Las ganas locas es una cárcel donde hay sólo presos económicos, gente bien que está en tránsito mientras arregla sus problemas, aunque a ellos se agregan para el caso ciertos opositores dedicados a la conspiración política, “en general gente culta y razonable”, que bien pueden llegar a ser ministros de un gobierno futuro. El siguiente párrafo, escrito por uno de los protagonistas, expresa bien el tipo de rituales que revelan a los caracteres en esa situación límite de la existencia: “Al ser visitado delante de otros, la vida personal se abre al pudor público. La visita colectiva tiene algo de redención y de ofertorio, algo de rearticulación masiva de cada vida privada. La visitación multiplicada tiene algo de catarsis”.
El esquema narrativo es bastante simple y eficaz. El escenario presente es sólo y exclusivamente la cárcel, y su desarrollo cronológico abarca la cotidianidad carcelaria de un puñado de días. Entre los presos varios y sus respectivos vigilantes, acceden a la condición de personajes sólo cinco o seis sujetos, cuya vida anterior se nos hace presente a través de sucesivos flashbacks insertos en la acción inmediata con bastante propiedad. Ellos abarcan, de un modo amplio, hasta los recónditos móviles incoados en la infancia misma de los protagonistas. A lo largo de su convivencia forzosamente estrecha se revela lo que gusta y disgusta a cada uno de todos los demás, sus buenas y malas relaciones recíprocas. Al hilo de estas situaciones se esboza la previsible psicología del prisionero, su agresividad y sus desalientos, y también, infaltablemente, la extraña solidaridad que se engendra en esa comunidad forzosa.
El relato cotidiano de la cárcel, entretejido con los flashbacks del pasado, se lee bien y es ameno. Lo es tanto, que sólo nos damos cuenta de su amenidad cuando, por contraste, ésta súbitamente falta; por ejemplo, cuando el autor decide aburrirnos con un racconto más bien remoto y excesivo sobre los orígenes sardos del preso Morandi —el protagonista de esta novela—, sus ancestros, la emigración a América, etc.: un intermedio que pretende dar variedad al conjunto, pero que no convence, por su interés puramente marginal y por innecesario. Nos sentimos mejor —más interesados— de vuelta en la cárcel y en sus ritos: las competencias deportivas, los dramas de la higiene precaria, las conversaciones de ocasión, las visitas... En rigor, la principal acción presente, la que dinamiza el relato, es el espionaje que ejerce Porcile —al servicio del aparato de inteligencia del régimen— sobre Morandi, el presunto revolucionario que lo es cada vez menos.
La prosa de Marras es ágil, operativa, más bien descuidada, no exenta de elementales errores de sintaxis o de composición: la que muchos narradores escriben hoy, más atentos a darse a entender con un mínimo de eficacia que a trabajar un estilo o decantar un lenguaje. El fenómeno, por generacional, merece un mayor análisis que otro día le prestaré. Como suele ocurrir en estos casos, lo mejor son los diálogos: vivos, coloquiales, fuertes. En cuanto a lasdramatis personae, a medida que avanza la acción se impone, entre los personajes prisioneros o guardianes, el protagonismo creciente de Morandi, sin duda el más complejo de los caracteres de Las ganas locas: un subversivo muy personal, un teórico interesante, sin vocación de héroe, confundido entre la revolución y la claudicación, alguien que al parecer ya capituló ante el poder del nuevo establishment, pero que todavía se agarra literariamente a las lecturas de otro tiempo, un ser moldeado a la medida de sus propios opresores, que magnifican su alcance revolucionario.
El protagonismo del régimen militar pasado no está en el primer plano narrativo, pero como telón de fondo de la novela marca todos los destinos personales con un estigma indeleble, interfiriendo en forma imprevisible en lo más intimo de las vidas humanas, poniéndolo todo bajo sospecha, revolviendo las vicisitudes de un puñado de hombres más bien desvalidos en una prisión provisoria. No es ésta, sin embargo, una novela de denuncia explícita. Hasta la última página —sobre todo en las últimas páginas— conserva un carácter de experimento más bien frío y desapasionado.
En efecto, hacia el final de la novela hay un vuelco de proporciones, que afecta y modifica todo su curso precedente. Resulta que las relaciones recíprocas de Morandi y Porcile —hasta ahora el revolucionario y su espía— eran sólo experimentos psicopolíticos controlados por un organismo superior de seguridad, que investigaba sus comportamientos en situación de encierro con vistas a un mayor dominio y sutil manipulación de las personas en favor del régimen: un fino trabajo de psicología aplicada, que pone bajo una luz enteramente nueva la conducta de ambos a lo largo de la narración.
El lector siente que le cambian las reglas de juego de su lectura a última hora, de un modo no muy verosímil, con un efecto teatral excesivo y un toque de psicopolítica-ficción. El resultado no deja de ser interesante, pero parece un deus ex machina extraído en el último momento de la imaginación del autor. Dan ganas de releer la novela entera desde esa nueva perspectiva, pero como no son ganas locas, me abstengo de hacerlo. No estoy seguro del acierto del desenlace, pero tampoco de su desacierto. Tal vez era el único desenlace posible para cerrar con frialdad este interesante experimento carcelario.
Diario La Época
Cárcel sin salida
Por Camilo Marks, 18 de noviembre de 1990
Las ganas locas no pretende ni por un momento ser un testimonio de la prisión política en Chile. Si alguien quiere encontrar ecos de esta naturaleza, ellos están pero en una zona bastante alejada de la contingencia y sin embargo muy arraigada en la historia reciente de todos nosotros.Las ganas locas no pretende ni por un momento ser un testimonio de la prisión política en Chile. Si alguien quiere encontrar ecos de esta naturaleza, ellos están pero en una zona bastante alejada de la contingencia y sin embargo muy arraigada en la historia reciente de todos nosotros.
Es 1987 y Vicente Morandi, un licenciado en Filosofía y ex revolucionario purga una indefinida sanción en una extraña y nebulosa cárcel chilena. Su falta consiste en haber insultado, a pocos metros de distancia, al entonces Jefe de Estado. Por ello, debe sufrir el tratamiento dispensado a los presos políticos, interminables interrogatorios y un proceso inacabable en una invisible fiscalía militar. Comparten la prisión con él muchos reos de los que sabemos algunos datos fundamentales, pero solamente tres ocuparán nuestra atención hasta el final de la novela.
El más inquietante de todos es Porcile (cuyo nombre en italiano-significa Chiquero), un colaborador de los servicios de seguridad del régimen militar que no puede sernos antipático, pues posee muchos rasgos en común con Morandi, el protagonista. Es inteligente, ávido de conocimientos y, a diferencia del último, sus objetivos en la vida son muy claros.
Los otros vecinos y amigos inmediatos de cárcel con Cisternas, un camionero obsesionado por una mujer, reo de un delito común y Manzur, descendiente en segunda generación de inmigrantes árabes.
Pese a encontrarse a la sombra por un delito económico, está paranoicamente convencido de que existe en su contra una persecución política debido a que conoce la identidad de miembros de la policía secreta.
Las ganas locas de Sergio Marras es el entramado de estas vidas bajo el común denominador de encontrarse, cada uno a su modo, en una sociedad sin proyectos y en un mundo donde la cárcel pasa a ser una metáfora, no por obvia menos punzante, del mundo actual.
Prisión imaginaria
Como en todas las cárceles, los presos organizan su vida para divertirse y pasar el rato, pero Las ganas locas no pretende ni por un momento ser un testimonio o el reflejo de la vivencia de la prisión política en Chile. Si hemos de buscar ecos de esta naturaleza, ellos están en una zona bastante alejada de la contingencia, pero muy arraigada en la imaginación y en la historia reciente de todos nosotros.
Así, el lector experimentado encontrará indudables reflejos de las obras de Sartre, Camus y Beauvoir que Marras ha asimilado muy bien. El extraño clima carcelario intemporal recuerda a esa sobresaliente novela francesa que fue el último producto existencialista de la década del 60: La compasión divina de Jean Cau.
Y el lector común y corriente hallará entretención y diversión en una novela sorprendentemente bien escrita que, además de turbadoras repercusiones, entrega nuevos y en parte inéditos registros a la prosa nacional.
Los presos de Marras no parecen, por ejemplo, excesivamente descontentos de su prisión que, en algunos aspectos y sobre todo en comparación con el resto de las cárceles nacionales, parecen un alojamiento y un modo de vida bastante satisfactorios. La ciudad que se extiende más allá de las rejas es tan fantasmal como la misma cárcel y un vistazo al excéntrico barrio de la Estación Mapo- cho, en las cercanías, o al norte y sur del país, donde fueron apresados Porcile y Cisternas, no hace sino subrayar la condición irreal y suspendida en que se encuentran todos. Cualquier lector, naturalmente, se preguntará, desasosegado, si este recinto con celadores presos y presos casi libres es o no cárcel.
Presidio real
Indudablemente es una cárcel y la ambigüedad de esta realidad carcelaria es la ambivalencia de un trozo definitivo de la vida nacional. No cabe duda de que la experiencia vivida por el autor junto a Marcelo Contreras, ambos directores de Apsi,a raíz del proceso y la prisión que sufrieron por la publicación de la separata humorística que representaba al General Pinochet con distintos ropajes históricos y en diversas metamorfosis, es una idea central en la génesis de Las ganas locas.
El famoso informe sico-políti- co de la Central Nacional de Informaciones que les atribuyó carácter de asesinqs mentales y que tomó tanto tiempo en elaborarse, demorando su libertad, esta vez adecuado a la historia narrada, ocupa su propio lugar en la novela.
Pero lo verdaderamente original de Las ganas locas reside en el hecho de tratarse de una novela que se sostiene sin ningún componente político, donde la política es un telón de fondo necesario pero no indispensable, pese a ser una novela política. Las vidas y hechos de protagonistas, gendarmes, — sobre todo el notable Saurio Lagarto Caimán— y personajes adyacentes están excelentemente trazadas en un estilo vigoroso, seguro e ingenioso (y, por suerte, no excesivamente ingenioso).
Todos ellos saben que están, en gran medida, en un país sin salida. Sus biografías, que incluyen estupendas pinceladas sobre la emigración árabe o italianas o pasajes de la vida pobre y marginal de ciertos ghettos familiares, son prolongaciones de la cárcel hacia el vasto país en que nos ha tocado vivir. La escritura de Marras en esta novela, hay que decirlo, está positivamente muy lejos de Macías y Fotopoemas y no solamente porque está escribiendo sobre cosas que conoce e imagina bien. Hay seriedad, oficio y un trabajo de elaboración que se traduce en reales logros estilísticos. Pero lo más importante es que el producto final no exhibe esa arrogancia y autosatis- facción que tantos escritores jóvenes no pueden hoy dejar de mostrar.
Donde decididamente hay caídas es en el infaltable ingrediente sexual de la novela. Es inevitable que un libro sobre presos lo contenga y es opción del escritor el modo en que él se exprese. Marras no incurre en la obscenidad, pero si en lo trivial y vulgar y no puede evitar algunos chocantes desbordes machistas. Esto es raro en un escritor que demuestra sensibilidad y que, en otros aspectos, huye del lugar común como de la peste. Pero estamos frente a una cuestión de gusto y cómo de todas formas este escritor tiene talento y buen gusto, incluso esos pasajes aparecen redimidos por la simpatía que despiertan los personajes y el humor que atraviesa toda la novela.
Diario El Mercurio
El nuevo libro de Sergio Marras
5 de octubre de 1990 - Actualidad Cultural
“Las ganas locas” lleva por título la primera y flamante novela del escritor y periodista Sergio Marras, publicada por Editorial Planeta.
Escrito en un estilo ágil, el argumento versa sobre la experiencia vivida por Vicente Morandi, un ex estudiante de filosofía, al ser recluido en una unidad especial. La convivencia con otros reos lo involucra en una cadena de traiciones, equívocos e intrigas.
"La obra, como señalara en la presentación Jorge Edwards, comienza siendo una novela sobre el encierro, sobre la cárcel, pero a medida que avanza el texto aparece una novela de dimensión mayor, sobre la justicia”.
Un aspecto particularmente interesante, a juicio de Edwards, es la cárcel como un microcosmos. Allí llega gente del mundo de la estafa, de la política y de diversos orígenes.
“En ciertos aspectos estilísticos me hizo pensar en «La ciudad de los perros», de Vargas Llosa. Describe muy bien un proceso de situación autoritario.
El lenguaje es también interesante, hay un argot carcelario. Tiene asimismo elementos de novela policial, de suspenso. Y está lo grotesco. No hay una visión partidista ni maniquea. Se hace sátira”.
Frente a lo biográfico que pudiera haber en esta novela, Sergio Marras señaló a “El Mercurio”: “En algunos personajes hay ciertos rasgos biográficos, que tienen que ver con mundos en que yo he vivido, y con alguna gente que conocí. También hay un aspecto aubiográfico, porque estuve dos veces en Capuchinos. La parte en tiempo presente se relaciona con mi experiencia allí. Pero está recreada.
Aunque, agrega, la trama nunca aparece ni pretende suceder en Capuchinos. No tiene nada de novela de cárcel, ni es una novela política. También transcurre en Italia, en China en el año 50, y en provincia, a través de los racontos de los personajes”.
Consultado sobre cómo surgió la obra, explicó: “A partir de dos cosas. Una más intelectual, una cierta reflexión personal sobre los últimos 20 años, sobre este derrumbe de los mundos abstractos de los años 70, del derrumbe de las utopías, de la succión de los deseos ocultos particulares. Y, por otra parte, el tiempo y el espacio ecológico y físico que me dio el hecho de permanecer dos meses preso, para poder ordenar estas ideas y tomar elementos que circulaban allí.
En cuanto al uso del lenguaje, hay un narrador que escribe en presente, el principal, después uno de los personajes está en primera persona. El usa un cierto argot, pero es muy personal, no pretende ser carcelario, es simplemente uno que inventa él mismo, extraído de su biografía. Hay, además, toda una parte escrita en pasado, que cuenta la vida remota de tres de los cuatro personajes que son emigrados.
“Es por eso que se dan distintas jergas, giros idiomáticos. Invento de alguna manera un lenguaje nuevo en cada personaje, afirma.
Sergio Marras es autor también de “El diario brujo” (1981), “Macías”, ensayo general sobre el poder y la gloria (1984), “Fotopoemas” (1986); y sus libros de entrevistas “Confesiones” (1988) y “Palabra de soldado” (1989).
De profesión sociólogo y periodista, actualmente se desempeña como director adjunto de revista “Apsi”.
Revista Chilena de Literatura 42
Fernando Alegría, Stanford University, agosto de 1933
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Las ganas locas de Sergio Marras es excepcional, porque la historia se desarrolla de rejas para adentro.
La humanidad de la cárcel de Marras, estilizada hasta los huesos, es el mundo que perdió su rostro para ostentar la máscara impuesta por el tiempo que no transcurre. Marcar el paso, se les dice a los presos, borrarse de afuera para dentro. ¿Cómo en un vacío así, tan lleno de tiempo, puede un narrador crear pasiones, amor, odios, desprecios, redenciones? Porque la novela de Marras es, dentro de su ritmo sin movimiento, una historia de amor, plena de esa anónima e ínfima alegría de los presos cuando las rejas y los rayos del sol acaban por ser la misma cosa.
El lector debe aguzar los sentidos para apreciar el arte de vivir el tiempo sin moverlo. Es preciso alcanzar los límites de la inhumanidad, descender a la renuncia de los valores esenciales sin comentarios ni preguntas, tan sólo porque el peso del tiempo nos reduce a la muerte sin memoria de nadie ni de nada.