Por qué lloran los hombres
2003
Diario Las Últimas Noticias
Lunes de Amor y Odio
Por Alejandro Zambra, 24 de diciembre de 2003
Trece años después de haber publicado su primera novela, Sergio Marras -hombre polifuncional que las ha oficiado de fotógrafo, narrador, cineasta, periodista, dramaturgo y gestor cultural, entre otros giros- entrega su segundo relato de largo aliento, "Por qué lloran los hombres" (Editorial Cuarto Propio), una fábula -una correcta fábula, para decirlo de entrada- sobre la derrota y el desamor.
El argumento es engañosamente sencillo: Simón y Candela llevan una década juntándose los lunes por la noche en una especie de teatro para fingir, a solas en las tablas, la historia de dos enamorados. Enfangados en la nostalgia, juegan a insultarse y a tocarse y a convencerse mutuamente de que dicen bien sus líneas: alguna vez se amaron de verdad, pero ella dejó de amarlo y él no lo acepta, y a ella le gusta que él no lo acepte. Justamente en los diálogos de la pareja está lo mejor de la novela, circunstancia acaso ligada a los devaneos dramatúrgicos de Marras.
Convertidos en el pálido reflejo de si mismos, Simón y Candela sólo saben hablar a través de palabras prestadas, por lo que sus discusiones muchas veces se transforman en una competencia entre personas tan inteligentes como desesperadas. De ventilar los más Íntimos resquemores, los amantes-actores pasan a sostener ripiosos enfrentamientos a propósito, por ejemplo, de por qué tos rusos no quieren darles la independencia a los chechenos.
Se trata de una novela arriesgada, cuya principal debilidad es cierta proximidad -buscada, por cierto- con el ensayo, lo que le resta fluidez al relato. El narrador hace pausas demasiado largas para empatizar o disentir del pensamiento de otros autores que han abordado temas similares, y muchas veces estas disquisiciones entorpecen la lectura en vez de enriquecerla. Como los personajes también tienden al tono libresco y sentencioso, el asunto puede resultar algo abrumador: con o sin aviso previo nos encontramos con Calderón de la Barca, Ionesco, Calvino, Kafka, Walter Benjamin, Macedonio Fernández, Borges y Bioy Casares, entre muchos otros genios de la especulación, y en medio de tantas sospechas, espejos y simulacros, no es improbable que el lector pase de la complicidad a la indiferencia.
“Te saliste de las reglas del juego. Cambiaste otra vez el libreto. Esta obra sólo tiene sentido si mi amor imposible por ti se transforma en posible”, es la recriminación que en diversos tonos y con la ayuda de tos más variados disfraces Simón le espeta a una cada vez más indiferente Candela. "Mueran los intelectuales empantanados en el tiempo como tú", es, con los matices de rigor, lo que durante las 150 páginas del libro ella le responde. Ambos están igualmente solos, ambos son incapaces de mostrar su verdadero rostro, porque después de tanto maquillarse quedan costras en la cara.
A pesar de que el fantasma de la sobreescritura ronda peligrosa e insistentemente la novela, el autor sale airoso del ejercicio: con altísimas dosis de humor negro y una prosa razonable y por momentos destacada, "Por qué lloran los hombres" constituye un valioso merodeo por los callejones peor iluminados de la memoria.
Revista de Libros Diario El Mercurio
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